“Año de la unidad, la paz y el desarrollo”
“Año de la unidad, la paz y el desarrollo”
Tras las cámaras del programa más visto de La 2 hay un equipo bien engrasado, muchas risas y mucho rigor. Mientras graban el concurso, y para que nada falle, una guionista en el plató tiene permanentemente la web de la RAE abierta para comprobar que todas las palabras que se dan por buenas están recogidas en su diccionario. Tal es el cuidado que se pone para que todo vaya bien. Desde que comenzó la nueva temporada a principios de septiembre, Cifras y letras ronda una media del 6% de cuota de pantalla, con datos en ascenso en las últimas semanas. Ha quitado el puesto de programa más visto de la segunda cadena de la televisión pública al decano de los concursos, Saber y ganar.
No es solo un poeta. Hablamos de una especie de gurú, un icono para varias generaciones. Si a muchos no iniciados les preguntaran por un nombre vivo en el género, probablemente saldría el suyo en primer lugar. Pero Luis García Montero (Granada, 66 años) no es un poeta encerrado en una torre de marfil, sino que no deja de pisar calle o, además, a veces, de buscar gresca. Y a su vocación literaria y docente —es catedrático de la Universidad de Literatura en Granada— une una sistemática acción política como militante de izquierdas. Nada entre un impulso guerrero, contestatario y sus habilidades diplomáticas, fundamentales para un puesto, el de director del Instituto Cervantes, que depende del ministerio de Asuntos Exteriores.
Cuando el 20 de diciembre de 2018, Santiago Muñoz Machado (Pozoblanco, Córdoba, 76 años) resultó elegido director de la Real Academia Española (RAE), se apostó bajo el retrato de uno de sus antecesores para hacerse una foto. Era Antonio Maura, el precedente jurista como él al frente de la institución, un siglo antes. Sus compañeros habían decidido adoptar una decisión quirúrgica. Apartarse de un liderazgo filológico como el de sus cuatro inmediatos antecesores y dar las riendas a un ensayista, catedrático de Derecho y también abogado con una agenda impresionante en los círculos de quienes mueven el dinero.
Es escasa la disposición de Donald Trump a suministrar a Ucrania misiles de largo alcance Tomahawk para que disponga de armas de un rango similar a las utilizadas por Putin en los crecientes ataques que sufre la población ucrania. Así se lo manifestó a Volodímir Zelenski en su reunión del viernes en la Casa Blanca, esta vez sin encerronas ni amenazas. Aclamado como el pacificador del punto final a la guerra de Gaza a su regreso de la gira por Oriente Próximo, Trump había expresado su intención de repetir la proeza en Ucrania y por ello se sumó a la idea de proporcionar los misiles como medio de presión sobre Vladímir Putin. A las pocas horas, una llamada telefónica del presidente ruso moderó su inicial complacencia con Zelenski.
“Es la segunda vez que veo en su web el link a un supuesto artículo de claro clickbait (El escándalo que podría acabar con su carrera, con foto de [David] Broncano) que lleva a ofrecer, con mentiras, un oscuro servicio de inversión, sin duda una estafa”, escribió en julio el lector Mariano Baselga. En septiembre, Antonio Otero denunció que un anuncio de un soldador láser, también en elpais.com, apuntaba a una página que simulaba ser de un conocido supermercado. “Creo que de alguna forma deberían avisar a los lectores para no ser estafados como lo he sido yo”, agrega. “Es muy fácil caer en esta trampa”. Ya en octubre, Lola Miguel y Jesús Mejías Estepa han alertado de nuevos “contenidos patrocinados fraudulentos” que llevan a falsas cabeceras de otros medios para promocionar ganancias rápidas.
Los vencedores de la Guerra Civil española, y sus descendientes, también somos víctimas de aquella catástrofe.
Es viernes, y has quedado con tus amigas para ponerte al día, hablar del trabajo de cada una, o de la actualidad política. Las parejas respectivas se han quedado en casa. Te has puesto guapa porque te gusta arreglarte. Has elegido un sitio donde tomarte una copa luego y, si se tercia, hasta bailarás. Y ahí, cuando estás pidiendo una copa, se te acerca alguien. No le haces caso, porque no te apetece. Pero él insiste, te pregunta que si conoces a Mecano —la música que suena—, te dice que sois más jóvenes que él, que era un supergrupo… Le contestas que sí, le sonríes sin ser borde, pero dejando claro que te deje tranquila, lo evitas. No vas a tener una conversación con él. Esa persona insiste de nuevo en explicarte lo bueno que eran los grupos de su época, pero no le contestas nada porque no quieres que siga. El ya pesao se cree con autoridad de explicarte cosas, de decirte lo que es bueno, se acerca demasiado. Incomoda. Te planteas ahora sí, ser borde. Ese hombre no entiende que tres amigas hayan salido solas un viernes por la noche. Las relaciones han cambiado, nosotras hemos cambiado. Muchos no lo entienden. Lo que nos pase nos lo habremos buscado, dirán algunos.
La historia no avisa al cambiar de velocidad. Los alemanes de 1933 no sabían que se precipitaban al desastre, ni los estadounidenses de 1929 que venía la Gran Depresión. Definir el tipo de momento histórico que vivimos —crisis, continuidad, transición— es imposible desde dentro del momento mismo. Y, sin embargo, debemos intentarlo para poder reaccionar. Los politólogos Britton-Purdy y Pozen identifican tres lecturas domésticas del trumpismo. Primera: EE UU atraviesa una inédita crisis autoritaria que destruye sus instituciones democráticas. Segunda: el país experimenta una continuidad brutal, con patologías que vienen de lejos. Tercera: se vive un cambio de régimen legítimo, pues el mandato electoral autoriza una transformación constitucional profunda. Pero la pregunta no es ya qué le ocurre a EE UU, sino qué le está pasando al mundo en este segundo mandato de Donald Trump. ¿Se desintegra el orden basado en reglas construido tras 1945? ¿Existió realmente alguna vez? ¿Está siendo reemplazado por algo nuevo?
Dos frases resumen dos realidades diametralmente opuestas a poco más de una hora en coche en la provincia de Guadalajara. “Aquí hay 1.400 niños de menos de 14 años”, explica Aarón de Mena, concejal del PP, rodeado de urbanizaciones cortadas con escuadra y cartabón en Yebes, el pueblo que más ha crecido en España en número de habitantes en lo que va de siglo XXI, según datos recopilados por Efe en agosto. “Aquí se han muerto todos o han emigrado, solo quedo yo”, exclama Gregorio Parra, entre casitas de piedra en Angón, el municipio que más se ha vaciado en los últimos 25 años y donde este octogenario es la única persona que reside habitualmente. Yebes y Angón están separadas por 89 kilómetros. Pero ofrecen escenas de vidas a años luz.
Las estrellas salpican el firmamento de forma caótica y la humanidad, desde tiempos inmemoriales, ha jugado a dibujar sobre ellas distintas figuras. Donde los griegos intuyeron una gran osa, los egipcios adivinaron un toro. Los tuaregs, un camello. Los navajos plasmaron en este rincón del firmamento al primer hombre, su Adán particular. Los esquimales dibujaron la figura de un reno y los incas, creyeron ver en estas siete estrellas la figura de su fundador.
De las variadas polémicas que envolvieron a universidades privadas en Portugal en las últimas décadas, hay una que sigue causando sorna: la licenciatura en ingeniería civil que obtuvo en 1996 el ex primer ministro socialista José Sócrates en la Universidad Independiente. La Fiscalía declaró ilegal la finalización de su curso en 2015, aunque renunció a pedir la anulación del título. No sería esta la mayor de las preocupaciones para Sócrates ni para la universidad.
No va de toros. Ni de toreros. Ni de debates entre taurinos o antitaurinos. La suerte, sin duda la serie española más imprevisible, atípica, divertida (en dura competencia con Poquita fe), bella y profunda del año, va sobre la amistad, presentada sin retórica ni rodeos, con una eficacia digna de Billy Wilder.
No todos los días se sale a la arena de un anfiteatro romano codo a codo con Santiago Posteguillo, el popular autor de Africanus o Yo, Julia enfrascado actualmente en su monumental serie de seis novelas sobre Julio César, de la que ahora publica la tercera, Los tres mundos (Ediciones B y en catalán Rosa dels Vents). Posteguillo y sus acompañantes accedemos al centro del anfiteatro por una escalera desde las oscuras entrañas de la instalación bajo la pista, como lo hacían en sus sangrientos días fieras y gladiadores. No vamos ataviados de tracios, mirmilones o reciarios pero la experiencia de salir al exterior te hace entornar los ojos y tragar saliva como, seguramente, les ocurría a ellos. “No os separéis”, dice el gracioso del grupo citando a Máximo Décimo Meridio en Gladiator y frotándose las manos con un puñado de tierra que ha recogido del suelo. “No sabemos a qué nos enfrentamos, pero es más fácil que sobrevivamos si peleamos juntos”. Posteguillo sonríe. Menos animosa, una chica musita con sentimiento, abrumada por el escenario: “Jo, qué palo ser gladiador”.
Con la muerte de Diane Keaton se ha comentado lo que significó para las mujeres en 1977 en Annie Hall, se ha hablado menos de lo que significó para los hombres. Para mí no significó nada, tenía cinco años, pero sí cuando la vi luego por primera vez, a finales de los ochenta, y quizá el impacto era mayor: éramos niños que entraban de lleno en la era material y nos metían por los ojos a Samantha Fox y Pamela Anderson, y a un nivel más sofisticado, Cindy Crawford y Claudia Schiffer. Para las mujeres Keaton significó un nuevo tipo de mujer alejada de los cánones impuestos, etcétera. No sé para los demás hombres, pero para mí, a ver cómo lo digo: era la novia normal. Es decir, una tía que no parecía de una película, sino de la vida real. No correspondía al modelo hollywoodiano ni publicitario que intimidaba a las mujeres, pero ni te cuento a los hombres, al menos a mí: jamás ibas a tener una novia así, pero por suerte no existían en la vida real. Y sobre todo lo que pasaba en Annie Hall es que ellos dos se enamoraban hablando, y tú de ella. No había una aparición estelar de un icono sexual que quitaba la respiración. Es más, como luego en Manhattan, cuando Woody Allen se encuentra con ella la primera vez le parece una imbécil, y él a ella, lo mismo. Siendo el amor algo irracional, es en la conversación donde se decide todo. Annie Hall parecía un poco loca, pero es que también eso suele ser lo normal, aquí pocos se libran. De puro normal era única y extraordinaria, porque lo normal es que cada uno sea de una manera.
En la Asamblea Nacional Francesa se producen escenas imposibles de ver en el Parlamento español: diputados socialistas aplaudiendo, por ejemplo, una propuesta del primer ministro, Sébastien Lecornu, elegido por el presidente centrista Emmanuel Macron. Cierto que Lecornu se estaba echando para atrás en la principal reforma lanzada por Macron, una nueva ley de pensiones, pero precisamente esa actitud indica que en Francia todavía se puede negociar entre partidos de gobierno y de oposición, mientras que en España resulta imposible siquiera imaginarlo. Lecornu, intentando conseguir la abstención de los socialistas que le permitiera superar las mociones de censura de la Francia Insumisa y del Reagrupamiento Nacional, lo dejó claro: “Estamos dispuestos al debate que piden las fuerzas políticas y los sindicatos legítimos”.
En su clásico Manías, pánicos y cracs, el historiador económico Charles Kindleberger mantiene que en cada burbuja económica hay cinco fases: desplazamiento (aparece una nueva innovación u oportunidad), expansión (los precios suben y crece el optimismo), euforia (todos quieren invertir y el crédito se expande con rapidez), crisis (los precios caen bruscamente y se desata el pánico) y recesión o depresión (los inversores se retiran).
Cuando llegó a España, a mediados de la década de 1970, Beatriz de Orleans (Neuilly-sur-Seine, 83 años) se alojó durante un tiempo en el palacio de la Zarzuela. Su entonces marido, el príncipe Miguel de Orleans, era hijo del conde de París y pariente lejano de Juan Carlos de Borbón, que en ese momento estaba a punto de convertirse en rey de España. Medio siglo después, la princesa de Orleans comparte piso con un profesor de religión y otro de música en un apartamento señorial en el barrio de Salamanca de Madrid. No se le caen los anillos por hablar de ello. “Estaba buscando casa y no encontraba nada que me gustara. Un amigo me dijo que me alquilaba una habitación y me pareció bien. Más de 10 años después, ahí sigo. Estoy encantada”, explica durante la conversación con EL PAÍS en el restaurante Amós, en el Rosewood Villa Magna. El director del hotel, Friedrich von Schönburg, lo ha abierto antes de la hora habitual solo para ella.
Bajar del avión y encontrarse en la sala de embarque al cocinero español Jesús Sánchez (tres estrellas Michelin en su restaurante Cenador de Amós, en Cantabria) relamiéndose los recuerdos de todo lo que ha comido en sus días en Copenhague mientras, cerca, dos empleados del aeropuerto juegan a impulsarse con un carrito. Es el recibimiento espontáneo de una ciudad que aparece en diferentes rankings como una de las mejores del mundo para vivir. Y puede que así sea, porque lo cierto es que, en un primer impacto, aquí la gente parece disfrutar.
Cinco españoles en CopenhagueDesde una arquitecta hasta un cocinero residentes en la ciudad danesa dan sus mejores pistas para disfrutarla.
Está cercado, pero no se tambalea. El régimen chavista sigue inamovible, avasallando a sus interlocutores, ajustando cuentas con sus enemigos, reprimiendo sin cuartel. Ofreciendo cada día, en definitiva, nuevas evidencias de que controla la situación política y militar de Venezuela, a pesar de la escalada bélica con Estados Unidos. Y su líder, Nicolás Maduro, continúa a la cabeza. La tutela que tiene hoy la llamada revolución bolivariana sobre la sociedad no tiene precedentes en décadas. Los umbrales de censura son cada vez más estrechos. El relato oficial es el que pesa en todos los ámbitos de la vida pública y el aparato de inteligencia está desplegado por doquier. Hay que tener cuidado con lo que se afirma en charlas privadas, o en WhatsApp, mientras que las conversaciones en la calle —particularmente las quejas en voz alta— ya no son tan seguras como antes. Y la figura de la opositora María Corina Machado, recién reconocida con el premio Nobel de la Paz, es un tabú público.