“Año de la unidad, la paz y el desarrollo”
“Año de la unidad, la paz y el desarrollo”
Pese a que el mundo hace tiempo que se acostumbró a la volatilidad de Donald Trump, la actitud de las últimas semanas del presidente de Estados Unidos ante la idea de un ataque a Venezuela tiene desconcertados a los observadores de la relación entre ambos países, sumidos últimamente en un ánimo voluble y en estado de alerta. Los mensajes que llegan desde la Casa Blanca son ciertamente contradictorios. Un día, Trump amenaza con el inminente comienzo de una ofensiva terrestre, y con “acabar con esos hijos de perra”, en referencia a los narcotraficantes del país sudamericano. Al siguiente, reanuda los vuelos de devolución de inmigrantes irregulares y deja abierta la posibilidad a una salida negociada de la crisis. ¿El resultado? Que nadie, ni en Washington ni en Caracas, se atreve a apostar si finalmente se producirá la temida intervención militar, ni qué forma tendrá, llegado el caso.
A finales de mayo de 1977, pocos días después de ser cesada como jefa de Gabinete de Adolfo Suárez, Carmen Díez de Rivera recibió una llamada del presidente. Algunos medios de derechas afirmaban que la habían echado de La Moncloa por comunista. La acusaban de ser una espía a sueldo de Alemania del Este y aseguraban que estaba en arresto domiciliario. Suárez la llamó para anunciarle que iba a publicar una nota desmintiendo los rumores. La relación entre ambos no pasaba por su mejor momento. Tras apartarla, el presidente le había ofrecido un puesto como asesora y ella lo había rechazado. Díez de Rivera no quería saber nada de la naciente UCD, no le gustaba la inclusión de tantos funcionarios franquistas en las listas electorales. “Para quitarle hierro al tema, Carmen, he pensado que te voy a dar una Gran Cruz”, le propuso Suárez. “Antes muerta que cogida con una cruz. Cruces ya tengo bastantes. Si insistes en dármela, la rechazaré”, respondió ella.
La de 2026 será la primera edición de Eurovisión en la que España no participe desde que debutó en el concurso musical en 1961. Su postura contraria a que Israel participe ha hecho que se RTVE se retire del certamen. La cadena pública tiene cosas que ganar y que perder al tomar esta decisión.
Con ese nombre tan sonoro, esa voz tan cálida y ese rostro tan rotundo, Pastora Vega resulta una presencia inconfundible para quien la ha visto madurar en escena desde que debutara, jovencísima, en la tele de los primeros años ochenta del siglo pasado. Hoy, Vega: madura, cortés y elegante, recibe en el ambigú del teatro Infanta Isabel, en Madrid, donde, al día siguiente a la entrevista, estrena la obra Género de dudas, en la que interpreta a la esposa de toda la vida de un político, encarnado por Pablo Carbonell, en plena campaña electoral. Los secretos que salen a la luz durante la obra ponen patas arriba no solo a la pareja protagonista, sino las certezas del patio de butacas. No puede esperar para ver la reacción del público.
LA PENÚLTIMA DE LA SAGAPastora Vega (Madrid, 65 años) quería salirse de la tracición de su familia de artistas (nieta del torero Gitanillo de Triana, bisnieta de la cantarora Pastora Imperio) y se licenció en Derecho, pero, al final, ganó la fuerza de la sangre, o del talante, y las tablas tiraron más de ella que las togas. Su debú en televisión, junto a Guillermo Summers en el mítico programa Y sin embargo, te quiero, enamoró a la cámara, la crítica y a los espectadores y ya no abandonaría el foco. Comunicadora y actriz, con intervenciones en cine, series de televisión y teatro, Vega se convirtió desde entonces, en presencia habitual de la vida social y cultural del país hasta hoy mismo. Jon y Daniel Arias Vega, los hijos que tuvo con su primer marido, Imanol Arias, siguen, desde la música y la interpretación, con la tradición familiar. A sus 65 años, dice que está como nunca.
Cada vez que uno se preocupa en voz alta por el estado del mundo y, sobre todo, cada vez que uno sugiere que el mundo atraviesa por estos días una crisis que nunca antes había vivido, hay una voz lista para decirnos que nos equivocamos: que el mundo siempre ha estado en crisis, que cada generación siempre ha tenido la impresión inevitable de que el suyo es el peor de los mundos o, por decirlo con el proverbio, de que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Dónde está la razón? ¿Realmente estamos en un momento que nunca habíamos vivido, y así se explica la desorientación profunda que sentimos, o esta crisis es igual a todas las anteriores, y la impresión de que es distinta o más grave se debe simplemente al hecho de que estamos metidos en ella, de que todavía no la vemos con la perspectiva que da el tiempo?
Llevamos décadas tarareando canciones cuyas letras desconocemos, bien porque están en otro idioma, bien porque se insertan en nuestro cerebro fonéticamente. Siempre se dijo aquello de saberse la musiquita, pero no la letrita. Algo de eso pasa con el discurso feminista. Hemos puesto tanto celo en que los camaradas tararearan la música con espíritu entusiasta, duplicando géneros y no permitiéndose usar genéricos ni en los momentos críticos, hemos fiado tanto al lenguaje, que lo hemos convertido en un salvoconducto. Y sí, se han aprendido la musiquita, han incluido ciertos términos estrella en su discurso, como los niños cuando íbamos a misa. Tan enraizadas están en mi memoria las réplicas de los oficios religiosos que hoy puedo asistir a misa y ser una más de la parroquia. Porque solo tú eres santo, solo Tú Señor, solo Tú, Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Es ahora cuando presto atención al sentido de aquella cantinela repetida cada domingo. Así mismo, de memorieta, algunos de ellos se han aprendido los términos con los que trufarán su mitin dominguero, y aquí paz y después gloria. Y algunas de ellas, como ya hemos visto, secundarán con aplausos lo que sus chicos entonan y se darán fraternalmente la paz, porque no es plato de gusto ondear la bandera del feminismo y que mientras haya por ahí unos cuantos rijosos metiendo mano a las nuevas generaciones. Guapas y preparadas, dicen que eran las elegidas en el casting del calenturiento Salazar. Se viene repitiendo en las tertulias que era una afrenta que unas jóvenes “preparadas” tuvieran que aguantar el baboseo del jefe. En fin, siempre se nos cuela un poco de clasismo en la jugada. Vaya, aunque hubiera sido la mujer de la limpieza y sin estudios.
No estamos preparados para un poder sin máscaras. Y menos si se trata de Estados Unidos. Cuando Rusia o China vulneran el derecho internacional, lo llamamos por su nombre: presión, amenaza, atropello. Si es Washington, la gramática cambia. Hablamos de “inconsistencias”, de “señales confusas”, de “dificultad para descifrar”. El eufemismo es un refugio cognitivo: evita reconocer que el hegemón occidental ha vuelto a jugar sin reglas, eso que durante décadas denunció con la boca pequeña en los demás. En Venezuela, la deriva alcanza su expresión más cruda. Trump ha declarado “cerrado” el espacio aéreo de un país soberano sin base legal alguna. Ha ordenado el mayor despliegue naval en el Caribe desde la crisis de los misiles y ejecuta operaciones en alta mar con decenas de muertos sin pruebas ni juicio, justificándolas en la lucha contra el narcotráfico mientras anuncia su intención de indultar a Juan Orlando Hernández, expresidente hondureño condenado por compadrear con el narco. La meta es clara: precipitar la caída de Maduro y recoger beneficios en forma de petróleo. Lo que no está claro es el límite.
Como todos los años, para conmemorar el día de la Constitución el Congreso de los Diputados abrirá sus puertas a todos los ciudadanos. Una vez más, cuando la gente de la calle llegue al hemiciclo levantará la vista hacia la cúpula buscando los impactos de bala que dejaron las metralletas durante el frustrado golpe de Estado de Tejero. Fueron unos 45 impactos, algunos han sido borrados, pero quedan los suficientes para satisfacer el morbo, hoy convertido casi en un divertimento, puesto que fueron balazos que por suerte no mataron a nadie. Puede que si hubiera muerto algún diputado la sangre habría reclamado más sangre y el golpe hubiera triunfado después de una gran escabechina, pero al final la ráfaga de metralleta quedó solo como una rúbrica de plomo que certificaba el odio que un bando de españoles sentía contra la libertad y la democracia consagradas en la Constitución. En Madrid se conservan otros impactos de metralla mucho más dramáticos. El fotógrafo Robert Capa los inmortalizó con su cámara durante la Guerra Civil en 1936. Están en la pared de una casa humilde de la calle Peironcely, 10, del Puente de Vallecas. El odio y la muerte habían pasado por allí, pero ahora en la fotografía de Capa contra esa pared de fondo roída por las mordeduras de la metralla aparecían unos niños desarrapados jugando en la acera bajo la mirada sonriente de la madre que los vigilaba desde la puerta de casa. Mientras los balazos del hemiciclo y los de la pared de Entrevías están a punto de convertirse en una atracción turística, es evidente que en este país el odio entre los políticos está creciendo cada día y a la hora de insultarse ya van cargadas de plomo las palabras que usan. Cuando los ciudadanos el día de puertas abiertas del Congreso de los Diputados invadan el hemiciclo no es necesario que miren el techo. Basta con que imaginen que entre los escaños la violencia verbal de baja calaña de algunos políticos tiene ya el mismo impacto que la metralla.
Pedro Sánchez acusa el golpe de una nueva semana infernal para el Gobierno y en especial para el PSOE, incendiado otra vez por la desastrosa gestión del caso Paco Salazar, esto es las denuncias por acoso sexual contra el que fuera uno de los hombres más destacados de su núcleo duro, del que salió en junio al publicar elDiario.es las primeras informaciones sobre el escándalo. Seis meses después, el partido ni siquiera se había puesto en contacto hasta esta semana con las víctimas. El final de año está siendo muy duro para un Gobierno al que se le acumulan los problemas políticos tras la ruptura de Junts y también judiciales, ahora que un juez de la Audiencia Nacional le ha pedido al PSOE todos los justificantes de gastos de los últimos ocho años. Ante esa situación, el presidente se aferra a la defensa de la sanidad y la educación públicas frente a los procesos privatizadores de las comunidades del PP y, en concreto, el escándalo del hospital de Torrejón destapado por este periódico.
La presidenta del Consejo de Estado, Carmen Calvo (Cabra, Córdoba, 68 años) recibe a EL PAÍS tras celebrar, junto al Rey y el jefe del Ejecutivo, la reunión preparatoria de los actos por el quinto centenario de la institución el año que viene. En otra semana horribilis para su partido, el PSOE, la exvicepresidenta del Gobierno (2028-2021) y exministra de Cultura (2004-2007) opina sobre los últimos escándalos y sobre las reformas que, a su juicio, precisa la Constitución, que este sábado cumplió 47 años.
Santiago Abascal baja despacio las escaleras de un hotel cuatro estrellas de Badajoz. Alejandro Nieto, Lucía Román y Marta Moreno, de 20 años, extremeños y estudiantes de Enfermería en la Universidad de Extremadura, están ansiosos:
El sector porcino español es la joya de la corona de la ganadería nacional y un motor de la agroalimentación. Su crecimiento ha sido exponencial en las últimas décadas tanto en volumen de producción como en exportaciones, convirtiendo a España en una potencia mundial. Con más de 33 millones de animales, 54 millones de ejemplares sacrificados en 2024 y exportaciones por casi 8.800 millones de euros, se encuentra en el top 4 de países con más cerdos del mundo, solo por detrás del gigante mercado chino (434 millones de cabezas porcinas), Estados Unidos (75 millones) y Brasil (42 millones). En Europa no tiene rival. Logró desbancar a Alemania en 2015, cuyo sector porcino entró en caída libre tras la llegada de la peste porcina africana (PPA) a sus granjas: un virus que no se transmite a las personas, pero que es letal para los animales y que las autoridades germanas aún no han logrado erradicar. La misma amenaza pende ahora sobre España.
El tiempo de armonía en las relaciones transatlánticas terminó. Para los Estados Unidos de Donald Trump, Europa, el proyecto de valores y defensa del orden multilateral basado en reglas, es un adversario. Uno que hay que tratar de reconducir para que camine hacia la vía iliberal y reaccionaria que marca el trumpismo y que siguen sus aliados europeos, los Caballos de Troya ultras, nacionalpopulistas y euroescépticos que buscan dinamitar a la Unión Europea desde dentro y a quienes, en su nueva estrategia de seguridad nacional, Washington —que los denomina partidos y formaciones políticas “patrióticas”— se marca como objetivo impulsar. Una promesa de interferencia, de intromisión en la soberanía europea, que podría sonar propia de autocracias como Rusia o China (aunque con toda probabilidad no harían públicas sus intenciones) más que del histórico aliado que ya no lo es.
A Federica Mogherini la ha engullido esta semana un escándalo que bien podría ser la trama de una de las novelas policiacas que tanto disfruta leyendo. La que fuera jefa de la diplomacia europea entre 2014 y 2019 fue arrestada ―aunque solo durante unas horas— por la policía flamenca el pasado martes a instancias de la Fiscalía europea, que la acusa de fraude y corrupción en la contratación pública dentro de su actual responsabilidad como rectora del prestigioso Colegio de Europa, con sede en Brujas. La imputación de Mogherini y de Stefano Sannino, ex secretario general de los servicios diplomáticos europeos, ha sacudido Bruselas. La investigación de la Fiscalía europea, que por primera vez apunta a la cúspide de la arquitectura comunitaria, es otro guantazo a la credibilidad de las instituciones europeas en un momento en el que estas buscan resguardarse de los ataques que reciben desde dentro y fuera de la UE. Pero el golpe va más allá: la investigación pone en entredicho también la reputación de una institución, el Colegio de Europa, que desde después de la Segunda Guerra Mundial ha venido formando las élites de Bruselas y pone sobre la mesa una vez más las complejas relaciones entre los lobbies y los políticos bruselenses.
Juan se sienta en la mesa de su cocina, abre una lata de cerveza y muestra el último mensaje que le ha enviado su dealer por WhatsApp: un vídeo de apenas unos segundos del paquete de cocaína que le acaba de llegar y que solo se puede ver una vez antes de que se borre automáticamente. La vende a 50 euros el gramo. Si se lleva tres, le hacen un precio especial de 100 euros. Ni siquiera tiene que salir de casa. Si quiere comprar, el vendedor estará en su puerta a más tardar en una hora o antes, si está cerca. “Es muy fácil”, explica este español de 46 años, que vive en Bruselas desde hace más de una década y que habla bajo la condición de que no se revele su nombre real.
Artículo elaborado en el marco del proyecto ChatEurope, financiado por la Comisión EuropeaCuando Oleksandra Matviichuk (Boiarka, Ucrania, 42 años) recogió el Premio Nobel de la Paz de 2022 en calidad de presidenta del galardonado Centro para las Libertades Civiles, dijo en su discurso algo muy significativo: ante la agresión brutal y la ausencia de justicia, muchos activistas por los derechos humanos y por la paz se vieron forzados a defender las ideas en las cuales creen con las armas en la mano. Su persona, su trayectoria, su discurso y el premio de la organización que lidera arrojan luz sobre la defensa de las ideas de paz y derechos en un tiempo de imperialismos desatados y creciente impunidad. Matviichuk concedió esta entrevista el jueves en Saint-Vincent (Valle de Aosta, Italia), en el marco del Grand Continent Summit, una conferencia organizada por la revista homónima para reflexionar sobre el futuro de Europa. En ella, la abogada ucrania se mostró convencida de que “Putin no quiere la paz. Quiere alcanzar su objetivo. (…) Quiere restaurar por la fuerza el imperio ruso”. Tras la conversación, se disponía a viajar a Siria, otro país en el cual la acción de Rusia, mediante su apoyo a la dictadura de Bachar el Asad, debería ser sometida a escrutinio de la justicia.
Yolanda Martínez Cobos y Luna Fernández Grande, las dos españolas esposas de yihadistas repatriadas en 2023 desde el norte de Siria y a las que la Audiencia Nacional impuso penas de tres años de prisión por delitos de terrorismo al haber estado integradas en el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés), terminarán de cumplir el año y tres meses de condena que tienen pendientes en tercer grado penitenciario o semilibertad, según han confirmado a EL PAÍS fuentes jurídicas y penitenciarias. Lo harán en el Centro de Inserción Social Victoria Kent (CIS, destinado a acoger reclusos en régimen abierto), en Madrid, donde han acudido recientemente para acogerse a este beneficio penitenciario.
En un artículo clásico sobre el ya manido “efecto Bilbao” y sobre cómo el Guggenheim de Frank Gehry desató una fiebre de la que quisieron contagiarse ciudades de todo el mundo, publicado en The Guardian con motivo del 20 aniversario del museo, el arquitecto canadiense, fallecido ayer a los 96 años, recuerda que un mes antes de la inauguración subió al monte de Artxanda. Contempló desde lo alto su flamante criatura de titanio brillar, y pensó: “¿Qué cojones le he hecho a esta gente?”.
Cuando Carlos Benaïm (Tánger, Marruecos, 81 años) llegó al mundo de las fragancias como aprendiz, a finales de los sesenta, se sintió un intruso. Entonces el oficio de perfumista, tremendamente endogámico, se transmitía de padres a hijos: “Yo no tenía nada que ver, pero primero porque la mayoría no estaban tan preparados. En Grasse en aquella época, cuando un chico no iba bien le metían de perfumista; pero yo venía de hacer estudios químicos muy avanzados, había empezado un doctorado y dejé todo para hacer algo creativo que no conocía, sin tener ni idea de si iba a salir bien”, cuenta en la sede de la Academia del Perfume en Madrid, donde presenta su autobiografía A Scented Journey (Nez Éditions). Maestro perfumista en IFF y Académico de Número, sillón Poleo, la Academia le acaba de otorgar también la mención Leyenda del Perfume.
A Scented JourneyCarlos Benaïm Nez Éditions, 2025 184 páginas. 30,95 euros Disponible en inglés y francésHa terminado la entrevista y Lole Montoya, relajada, dice: “Antes me preguntabas sobre lo que significó Nuevo día para la España de 1975. Fue esto…”. Y lo explica sin palabras: la cantaora encoge el cuerpo con las manos ocultando el rostro y luego se yergue con los brazos extendidos y el rostro mirando al cielo. La pequeña performance no puede ser más certera: una España acomplejada y sombría que recibía la muerte de Franco con esperanza. “El Sol, joven y fuerte, ha vencido a la luna”, canta con una voz clara y vibrante Lole en los primeros versos de aquel debut de Lole y Manuel, un álbum de referencia que se publicó meses antes del fallecimiento del dictador y que supuso un fogonazo de luz, un revulsivo anímico en un país que llevaba demasiado tiempo entre penumbras. En lo musical, Nuevo día abrió la puerta a un flamenco moderno y evolutivo varios años antes que Veneno, Pata Negra o del acercamiento de Camarón al rock con La leyenda del tiempo. Ahora Lole va a celebrar el medio siglo de aquel hito con una actuación en el madrileño festival Miradas Flamenkas el próximo 14 de diciembre.