“Año de la unidad, la paz y el desarrollo”
“Año de la unidad, la paz y el desarrollo”
Tras meses en los que el entusiasmo por la tecnología parecía blindar a los inversores frente a la inestabilidad geopolítica, las caídas de la semana pasada han devuelto al mercado una sensación de inestabilidad que muchos creían superada, y los fantasmas de la burbuja de las puntocom vuelven a sobrevolar las pantallas. Tras los máximos en los principales índices europeos y estadounidenses (incluido, por primera vez en casi dos décadas, el Ibex), la reciente volatilidad ha sido la excusa perfecta para que muchos inversores hagan caja y busquen refugio antes de la tormenta.
Por las calles de Shahjahanabad, la vieja Delhi amurallada, los cláxones no descansan ni cuando cae la lluvia del monzón. Pero por sus vías congestionadas de tráfico, los tuctucs y los mototaxis se abren paso. Son los llamados “vehículos de última milla”, los que ayudan a los habitantes de la capital india a acelerar en su tramo final y llegar, por ejemplo, a estaciones de metro para evitar el riesgo de caminar por vías que muchas veces no tienen aceras para los peatones.
En apenas unas semanas, la escena indie española ha asistido a una sucesión de rupturas que sugieren el fin de un ciclo. O, al menos, un replanteamiento. Grupos como Confeti de Odio, Cariño o Shego han desaparecido o han perdido a alguno de sus miembros. A estos se añaden los casos de hace unos meses, como Pantocrator, Monteperdido o Hinds. Son grupos que pertenecen a una misma generación que ahora parece dar por cerrado su primer ciclo vital: casi todos surgieron al calor de una escena que recuperó el entusiasmo por la guitarra, la ironía y la inmediatez pop, y que encontró en los festivales y en las playlists de Spotify su principal canal de visibilidad. Que ahora algunas de estas bandas pasen por turbulencias no parece casual: apunta al agotamiento de un modelo y de una forma de entender la música independiente en la era del algoritmo.
¿Cuánto dura la vida de un bailarín? ¿Hasta qué edad puede estar en el escenario una bailarina? ¿Hay vida en la danza más allá de los 40, los 50 e incluso los 60? El estereotipo asociado a esta disciplina, que tiene que ver también con el edadismo y la prevalencia de ciertos cánones físicos, hace que estas preguntas se repitan con frecuencia. Pero cada vez son más los artistas que se rebelan contra ese prejuicio social y cultural. En los próximos días coinciden en la cartelera española varios espectáculos que ponen a las personas mayores en el centro de la danza.
Después de que le diagnosticaran un síndrome de fatiga crónica, a los 30 años de edad Ali Smith (Inverness, 1962) dejó el puesto que ocupaba en una universidad cerca de Glasgow y se mudó a Cambridge para convertirse en escritora. Amor libre, su primer libro de relatos, fue publicado en 1995. Like, su primera obra de cierta extensión, salió en 1997. Desde entonces, lleva publicadas seis colecciones de cuentos, un libro de ensayos, dos piezas teatrales y 12 novelas, y cuatro de estas últimas —Otoño, Invierno, Primavera y Verano, su ‘Cuarteto estacional’, publicado originalmente entre 2017 y 2019— le han valido ser considerada por algunos la escritora británica más importante de su generación.
GliffAli Smith Traducción de Magdalena Palmer Nórdica, 2025 264 páginas, 21,95 eurosEl hallazgo obedeció a una exploración en línea. El artista Xavier Cardona recuerda que la primera vez que supo de la inteligencia artificial integrada a la creación fue en el 2019 cuando, como quien excava, recorría los hilos interminables de Reddit. En esos años, la comunidad que experimentaba con estas herramientas era escasa. “Todo estaba muy embrionario”, cuenta Cardona. Trabajaba en 3D desde hace más de una década, pero sentía que el medio se le había quedado corto. En la red descubrió grupos incipientes que jugaban con algoritmos rudimentarios como Google Colab. “A pesar de que era un poco precario y aburrido, me obsesioné con todo esto”, dice Cardona, quien, con su hermano Daniel, forman Boldtron, un dúo artístico especializado en 3D, realidad virtual e inteligencia artificial.
Hansi Flick, tras el empate ante el Brujas, pidió espíritu de lucha a sus jugadores. El domingo se lo entregaron, sobre todo sus delanteros, uno en especial: Robert Lewandowski. El polaco volvió al once titular tras dos suplencias, y lo hizo con una declaración de intenciones escrita con tres goles: de penalti, con la pierna derecha y con la cabeza. A sus 37 años, completó los 90 minutos en Balaídos, pese a que Hansi Flick le ofreció el cambio en la segunda mitad, y demostró que su efectividad en el área sigue siendo indudable. El polaco —Lamine Yamal al margen— es el futbolista con el contrato más alto de la plantilla, y su vinculación con el Barcelona termina en junio de 2026. Desde el club consideran que el importe que puedan ahorrarse con él puede ir destinado a otro jugador. “No tengo prisa. Lo más importante es la sensación que tenga y, en ese momento, no tengo que pensar en mi futuro. Hay muchas cosas que pueden pasar, también en mi vida. Estoy muy feliz, concentrado en para esta temporada”, aseguró el delantero la semana pasada. Ante el Celta, se reivindicó como más le gusta: con goles.
“Hace ocho años en un torneo de fútbol de Arrigorriaga, en la tanda de penaltis, nos marcó un gol de rabona. Ya le conocíamos de habernos enfrentado a él y ya se le veía algo diferente. Cogió el balón, lo colocó en el punto de penalti y lo marcó de rabona. Nosotros, mosqueados, y preguntándonos: ‘Pero, ¿qué hace este chaval?’”. Gari Serna, rival suyo aquel día, recuerda como si fuera ayer lo sucedido sobre el verde. Solo tenía ocho años el protagonista de aquella historia. Ahora, el sorprendido es el propio Iñaki Williams. Incrédulo por lo que acababa de ver, se volvió hacia sus compañeros en el palco (Sannadi, Sancet, Prados y compañía) para compartir su asombro por la acción que había tenido lugar sobre el verde de San Mamés. Un imberbe de apenas 18 años, de nombre Selton y de apellido Sánchez, había sido el protagonista de una nueva genialidad, otra rabona.
Es un pope de la televisión, el creador de una de las series —quizá la serie— que marcó la Primera Edad Dorada de lo catódico en lo que al concepto de autor se refiere. Alan Ball (Atlanta, 68 años) llegó a principios de este siglo a las oficinas de HBO —por entonces aún no una plataforma de alcance mundial sino el primer canal de televisión por cable premium estadounidense— con un Oscar bajo el brazo. Era el guionista de moda. Había firmado la inesperada joya indie que mejor había captado en décadas el angst estadounidense: American Beauty. Y Hollywood le había tendido, orgullosamente, una merecida estatuilla. “Carolyn Strauss [aún hoy ejecutiva de la plataforma] me ofreció la posibilidad de escribir algo relacionado con una familia que regentaba una funeraria, y a mí me asaltaron infinidad de ideas al instante. Había pasado mi infancia en esa clase de sitios. Conocía el ambiente, a la gente”, recuerda. Sí, así nació A dos metros bajo tierra.
Muy pocos son capaces de acceder a estas joyas, pero todos podemos soñar con ellas y la historia que tienen detrás. La famosa casa de subastas Sotheby’s se prepara para celebrar el próximo 12 de noviembre, en el hotel Mandarin Oriental de Ginebra, una de sus citas anuales más esperadas, la puja de las Royal & Noble Jewels. Es decir, las extraordinarias piezas de joyería que un día pertenecieron a familias reales y nobiliarias y que, tras años en manos privadas o en colecciones reales, buscan nuevos dueños.
Lucia Tahan acaba de aterrizar en Madrid después de una larga convalecencia. Como en un guion torpe y desmedido que nadie se creería, el 18 de abril, el día que inauguraba una exposición en la que participaba en el Museo Nacional de las Artes del Siglo XXI de Roma, se tropezó en las escaleras de la Real Academia de España. Sin poder caminar ni llegar al museo, fue trasladada a un hospital donde quedó internada: se había roto tres vértebras. Rehabilitación y corsé mediante, un mes más tarde pudo salir del hospital, pero, por su delicado estado de salud, quedó cinco meses retenida en Italia. Ella lo ve como una experiencia: “Aprendí italiano”, cuenta, “y he alcanzado a conocer, a mi salida del hospital, a un asesino y a una princesa”.
Ciertos lugares, algunas personas. Sophie Calle, por ejemplo. Me aterraba antes cruzarme con ella (la sabía capaz de todo), pero su permanente alegría de los últimos tiempos me ha borrado parte del miedo.
Cualquier hispanohablante amante de la cultura popular, especialmente de la música, tarde o temprano acaba mirando a México con reverencia. Y con razón. Más de 170.000 personas se reunieron el pasado sábado en el Zócalo de Ciudad de México para ver el primero de los conciertos de Juan Gabriel en Bellas Artes, celebrado el 9 de mayo de 1990. La proyección, cortesía de Netflix tras el enorme y merecido éxito que ha tenido Juan Gabriel: debo, puedo y quiero, el estupendo documental de cuatro capítulos sobre el divo de Juárez dirigido por María José Cuevas, ha venido a refrendar lo que ya sabemos: que los ídolos no mueren cuando lo dictamina su certificado de defunción, sino cuando el público los abandona. Y, por tanto, Juan Gabriel vive, la lucha sigue.
Imaginen que 22,4 millones de coches desaparecen de las carreteras durante un año. Uno tras otro, evaporados del asfalto, sin dejar ni rastro. Es el equivalente a 96 millones de toneladas de dióxido de carbono menos en la atmósfera. En un planeta que se asfixia, tales cifras podrían parecer un ejercicio de ciencia ficción o de ingenuo optimismo, pero no lo son. En realidad, son el resultado concreto de algo que, a pesar de su potencial, pasa desapercibido: el enorme poder del hacer colectivo. Cuando los gobiernos se sientan a la mesa, el sector privado se compromete, las comunidades participan y los organismos internacionales acompañan, se logran resultados.
Daniel Ortega y Rosario Murillo han ampliado hasta internet la censura que su régimen copresidencial impone. Así queda cercado también el último reducto para la libertad de expresión y prensa que quedaba en Nicaragua para las voces disidentes. Con la entrada en vigor de la nueva Ley General de Telecomunicaciones Convergentes, la Administración bicéfala no sólo impone un cambio técnico en cómo se organizan las redes, las antenas o internet en el país centroamericano, sino que consolida un esquema de censura total en el último espacio que existía para expresar disenso.
Tres días después del asesinato de un manifestante por el disparo de un policía infiltrado, el presidente interino de Perú, José Jerí, cargó el anda del Señor de los Milagros por las calles de Lima. Envuelto en una túnica morada y portando un detente, Jerí fue uno de los devotos que soportaron sobre sus hombros la imagen de 900 kilos de un Jesucristo crucificado. Una procesión que se remonta al siglo XVII, cuando un terremoto azotó el país y el mural —pintado por un esclavo— no se derrumbó. Un milagro que se conmemora cada mes de octubre en el rito más multitudinario del catolicismo peruano.
Cada lunes Operación Triunfo plantea un drama ineludible: la valoración del jurado. Casi a medianoche los jueces analizan las actuaciones de los concursantes para decirles aquello de “cruza la pasarela” o “te proponemos para abandonar la academia”. Desde que el formato comenzó hace 24 años, este momento, temido por los concursantes y ansiado por el público, se ha convertido en el más polémico de la galas. Las ediciones más memorables han contado siempre con la figura del juez sin pelos en la lengua que sorprendía con sus formas tajantes y hacía que mereciese la pena trasnochar tanto. Al menos hasta ahora, porque OT25 está rompiendo esquemas.
La diáspora de los mármoles del Partenón, y en particular de la colección de Elgin [el diplomático que, con el permiso del Imperio Otomano, se llevó entre 1801 y 1805 más de la mitad de las estatuas], hoy en el Museo Británico, proporciona un importante giro a la historia moderna del Partenón. Desde el preciso instante en que se exhibió el primer envío a unos pocos privilegiados en 1807 (en un cobertizo de la casa de Elgin en la esquina de Park Lane en Londres), los mármoles suscitaron tanta atención como el propio Partenón, si no más. (…) Como era de esperar, la señora Siddons, la célebre actriz del momento, derramó una lágrima (histriónicamente) cuando vio por primera vez las figuras procedentes de los frontones del templo en el cobertizo de Park Lane. John Keats plasmó sobre el papel su embeleso, en forma de soneto titulado Al ver los Mármoles de Elgin, cuando visitó las esculturas en 1817, poco después de su traslado al Museo Británico, y supuestamente incorporó algunas viñetas tomadas directamente del friso en su todavía más famosa Oda a una urna griega.
El domingo por la noche, en el cierre de la cuarta cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión Europea (UE), el presidente anfitrión, el colombiano Gustavo Petro, enumeró los países de América Latina que habían firmado la declaración final del encuentro. Se esperaba, sin demasiada sorpresa, la ausencia de Nicaragua, que ya había anticipado sus intenciones de bloquear todo el proceso. Lo que nadie esperaba era que en el listado no estuviese Venezuela. El Gobierno de Nicolás Maduro había decidido “disociarse”, ese es el término diplomático al uso, del texto y en el último minuto, tras participar de todas las negociaciones previas, no firmó. Un día después del cierre de la cumbre, las fuentes diplomáticas consultadas no lograron encontrar una explicación racional a la estrategia de Caracas.
La migración implica cuatro partes: la marcha, el viaje, la llegada y el asentamiento. La fortuna o la desgracia es lo que motiva ese desplazamiento que, en realidad, es una búsqueda: de aventuras, de reencuentros, de seguridad y/o de nuevas oportunidades. El de la migración es un viaje para el que no siempre hay tiempo de preparar el equipaje. Los que migran y sus seres queridos se despiden sin saber cuándo se volverán a ver. Esa es la soledad del migrante asentado en una geografía que no es la suya. Róterdam es una de esas geografías. Mucha gente embarcó en los barcos atracados en su puerto rumbo a Estados Unidos y Canadá desde principios y hasta mediados del siglo XX. Aunque antes, en 1620, lo hicieron los Padres Peregrinos William y Dorothy Bradford en su barco Speedwell desde el muelle del barrio de Delfshaven con destino a América.
Cuaderno de viaje